Alguna vez un novel periodista entrevistando a “el flaco”, Julio Ramón Ribeyro, le preguntó sobre su apego al mar, sabido era que el escritor de Los gallinazos sin plumas amaba el mar, Ribeyro, con la sobriedad y sencillez verbal que lo caracterizaba, respondió:
“El mar no solo es un objeto de contemplación estética, algo que te serena o tranquiliza, sino que es un ejemplo de conducta: la tenacidad, la monotonía, la repetición de los mismos gestos sin fatigarse nunca. Que para un escritor era un modelo de conducta. Llegar a ser como el mar monótono, pero variado al mismo tiempo: tenaz e infinito”
Bella analogía. Crecí junto al mar, al igual que Ribeyro o Valdelomar. Mar que me fascinaba, pero a la misma vez temía. El mar es como la vida en su versión líquida. La vida, como decía la escritora española Rosa Montero, nos aprieta en las axilas. Sí, la vida es incómoda, agobiante por momentos ¿cómo superar aquel Mundo que como Atlas llevamos sobre nuestra espalada? La propia Montero nos los dice: “Con el arte, con la literatura “El arte y, personalmente, la Literatura hace de esta vida una, más soportable, más llevadera, menos agotadora, menos asfixiante. La adormece, la evade. Sí, la literatura nos evade, como dice el doctor en Literatura español Miguel Sala, pero no es una evasión infértil; sino feraz, productiva que la volver nos torna inmunes. Salimos robustecidos luego de ver una muestra pictórica, de escuchar una melodía o de leer las páginas de un libro porque al volver tenemos mayores armas para enfrentar la vida. “nuestras ansias por vivir se enfrentan a la finitud de la vida, pero compensamos esa finitud, anclamos nuestra vida, al vivir la vida de los personajes, nos dice nuestra ibérica escritora.
Yo, al igual que Ribeyro, comparo el mar; pero con la lectura, que en el fondo es como la vida. Mientras contemplaba el mar, en el cálido puerto de Camaná, me imaginaba como el hogar de Plutón me ofrecía una serie de imágenes que relacionaba con la lectura. Por ejemplo, cada ola que se adormece en la playa era como el paso de cada página que se adormece entre nuestras manos; nos sumergimos en sus hojas como las gaviotas o piqueros lo hacen para extraer sardinas u otros peces. Pero también puede llegar un momento en que la resaca marina nos aleja de la playa, en ese momento debemos mirar el cielo infinito, cerrar por un momento el libro para después retomarlo. Sin embargo; al igual que la estela dorada que, como camino, se forma sobre el mar tras el ocaso de la misma manera; encontraremos ese camino áureo que se forja cuando nos topamos con una frase o una línea subliminal; que es capaz de alterar nuestra psiquis, una sola línea es dinamita diría Nietzsche.
Porque cuando nos topamos con una frase potente nos hace, primero, pensar, luego, sentir para, por último, poder transformar.